viernes, 9 de septiembre de 2011

La quema de manuscritos de la biblioteca
 del califa al-Hakam II por al-Manūr


 En España se ha tenido por muchos siglos como fiesta y regocijo
 muy popular la quema de manuscritos árabes:
pocas naciones del mundo habrán disfrutado tantas veces
de ese placer, en que se han emulado todos, musulmanes y cristianos...

Ribera y Tarragó.

Hacia el año 940, el califa al-Hakam II formó en Córdoba una gran biblioteca de manuscritos, que según la leyenda y la Encyclopaedia Universalis (1990: pg. 714), ésta contó con cerca de 400.000 volúmenes en la que existían ejemplares de la época de los califas abasíes en Damasco cuando iniciaron y fomentaron la traducción al árabe de las obras de la ciencia y la filosofía de la Antigua Grecia, que se hicieron partiendo de las versiones preexistentes en lengua siria.

Así, los escritos de Aristóteles, Galeno y Ptolomeo y los comentarios de al-Kindi, al-Farabi o Avicena se difundieron por todo el Islam y llegaron a al-Ándalus y la Córdoba califal, en plena época del esplendor andalusí, ya que al-Hakam II tenía agentes para ojear y comprar libros en Damasco, Bagdad, El Cairo, y Alejandría.

El califa al-Hakam II, que asumió el poder a la edad de 50 años y que gobernó durante 30 años, fue un bibliófilo por excelencia y esta pasión que lo llevo a interesarse más en los manuscritos y en su institución que en los asuntos políticos-administrativos.


En su palacio se cuenta que albergó a muchos eruditos, escribas correctores, encuadernadores, iluminadores y dibujantes y tenía como jefe de bibliotecas al eunuco Talid, quien contó con la figura de dos mujeres que realizaban copias: Lubna y Fátima. El califa al-Hakam II pagó a un copista en Bagdad para que le enviara aquellas obras que eran desconocidas en el suelo de al-Ándalus.

En aquella biblioteca figuraban un sin número de códices griegos, traducciones al árabe y correcciones de los eruditos. Su colección estuvo formada con libros que provenían de diversas partes del imperio: Alejandría, El Cairo, Bagdad y Damasco, así como de otras ciudades.

En 976, tras la muerte del califa al-Hakam II, Ya’far al-Musharî fue designado hayib, convirtiéndose en regente y al-Manṣūr sería designado visir, lo que le convertía en el intermediario entre el consejo de visires y el nuevo califa Hisham II y su madre, Subh, que aupó como general a al-Manṣūr, para sentar a su hijo en el trono y se rumoreaba en la corte califal que eran amantes.

Abu ‘Amir Muhammad ben Abi ‘Amir al-Ma’afirí, llamado en al-Ándalus al-Manṣūr billah (المنصور), (Algeciras, 938 – Medinaceli, 11 de agosto de 1002), que en 981, a su regreso a Córdoba tras la Batalla de Torrevicente, en la que aplastó a su rival y el padre en ley, Ghalib Al-Nasiri, asumió el título de al-Manṣūr bi-llah, Victorioso por la gracia de Dios, que en la Europa cristiana se referían a él como Almanzor y fue un militar y político andalusí, caudillo del Califato de Córdoba y valido del califa Hisham II.

El general al-Manṣūr, según pintura de Francisco Zurbarán

El general al-Manṣūr, nacido en las cercanías de Algeciras en 939, en el seno de una familia amirí no muy acaudalada, fue el primer amirí nacido en al-Ándalus.

Estudió en Córdoba y en 976 entraría a formar parte del aparato administrativo califal, confiándosele el cargo de Administrador de Príncipe heredero Hisham II y de su madre Subh, así como el de Prefecto de la ceca.

Moneda árabe de la época de al-Manṣūr
Una serie de misiones desarrolladas en el Magreb le fueron proporcionando la ocasión de estrechar relaciones con diferentes jefes beréberes y con generales del ejército califal, entre los que se encontraba Galib. En ese año 967, al-Manṣūr recibió el nombramiento de general.

A finales del año 977, el hayib Ya’far al-Musharî fue destituido y encarcelado por el califa de Córdoba Hisham II, elevando a la función de hiyab a Galib, general de las tropas fronterizas del Califato de Córdoba y al general al-Manṣūr, que permaneció en Córdoba.

El general al-Manṣūr contrajo matrimonio con Asma', la hija de Galib, siendo esta la esposa principal del harem que se formaría con las dos esposas cristianas de al-Manṣūr, cuando, hecho aceptado por varios autores, que contrajo matrimonio con Teresa, hija de Vermudo II y de la reina Elvira, que habría tenido lugar a instancias de su hermano Alfonso V, aunque en la Chrónica Najerense se recoge que un ángel acudió en defensa de la joven, pero según cuentan las crónicas cristianas del siglo XII, nació en 991, teniendo sólo 10 años cuando falleció al-Manṣūr en 1002.

Luego contrajo matrimonio con otra princesa, la hija del rey de Pamplona Sancho Garcés, reconocida en las crónicas musulmanas como "la Vascona", que se convirtió al Islam con el nombre 'Abda y que sería la madre del último califa amirí, Abderraman, llamado el Sanchuelo, por sus conexiones navarras.

Cuando en 978, un grupo de dignatarios y ulemas conspiraron para deponer a Hisham II por ser menor de edad, fue descubierta la conjura y al-Manṣūr ordenó ejecutar a los cabecillas.

En 979 se produjeron dos hechos culturalmente distintos en la ciudad califal de Córdoba:

De una parte, al-Manṣūr dio comienzo a la construcción de su ciudad-palacio, que se llamaría Madinat al-Zahira, la Ciudad Resplandeciente, que se convertiría en la sede principal del gobierno y que emulara a la ciudad-palacio califal de Madinat al-Zahra’.

El otro hecho fue la orden emitida por al-Manṣūr para censurar la extensa biblioteca del anterior califa al-Hakam II de todo manuscrito u obra mal vista a los ojos del Islam más estricto y ortodoxo, con el objetivo de congraciarse con los ulemas y los jurisconsultos del Califato.

Manuscrito 1 de la Biblioteca Al-Qarawiyyin de Fez
procedente de la biblioteca del califa al-Hakam II
 “Algunos de los libros fueron quemados, otros arrojados a los pozos de palacio, donde se les echó encima tierra y piedras, o destruidos de cualquier otra forma”, según se sostiene en Tabaqát.

Tras esta quema de libros por al-Manṣūr, el pueblo de Córdoba, enfervorecido, no dudó en encomiar la terrible decisión y una inmensa hoguera fue la culpable de que miles de libros que penosamente habían sido recuperados por al-Hakam II, fuesen ahora a ser físicamente pérdidos y olvidados intelectualmente.

Manuscrito 2 de la Biblioteca Al-Qarawiyyin de Fez
procedente de la biblioteca del califa al-Hakam II
Muchos conocimientos conseguidos por el mundo musulmán, a través de siglos de estudio, se esfumaron, sin más, entre el humo de la fogata que se prendió en la  Córdoba califal en 979.

Manuscrito 3 de la Biblioteca Al-Qarawiyyin de Fez
procedente de la biblioteca del califa al-Hakam II
En la Crónica Silense se apunta al lugar de la muerte de al-Manṣūr:

“Pero, al fin, la divina piedad se compadeció de tanta ruina y permitió alzar
cabeza a los cristianos, pues pasados doce años Almanzor
fue muerto en la gran ciudad de Medinaceli,
y el demonio que había habitado dentro 
de él en vida se lo llevó a los infiernos”.

Cuentan que, después de cada batalla en el Magheb o de cada razia en España, sus servidores extraían la tierra adherida a las ropas de al-Manṣūr, cepillándola sobre alfombras de cuero y guardándola en un cofre, tejiéndose sobre esta tierra recogida de las batallas de al-Manṣūr una leyenda histórica andalusí.

Una interpretación de esa leyenda indica que, sobre sus restos, colocaron un ladrillo fabricado con la tierra adherida que era recogida de sus ropas, después de cada batalla contra los cristianos.

Otra interpretación de esa leyenda dice que, sobre un lecho formado por esta tierra, se depositaron los restos de al-Manṣūr.

El cadáver, así dispuesto, recibió primera sepultura en la frontera, antes de ser trasladado a Córdoba.

Según el historiador árabe Ibn Idari, los siguientes versos se esculpieron en mármol, a manera de epitafio:

“Sus huellas sobre la tierra te enseñarán su historia,
como si la vieras con tus propios ojos.

Por Allah que jamás los tiempos traerán otro semejante,
que dominara la península
y condujera los ejércitos como él”.

Otra leyenda, esta ya cristiana e incluida hoy en la Ruta del Cid, indica que la tumba de al-Manṣūr yace bajo los suelos de la Colegiata de Medinaceli, un edificio del siglo XVI que se erigió en el lugar de una iglesia románica dedicada a Santa María, erigida seis siglos antes y que fue construida sobre una mezquita donde descansaban los restos de al-Manṣūr.

Fotografía de 1966 de la Puerta de la Colegiata de Medinaceli
Después, a la entrada de los bereberes al casi desaparecido Califato de Córdoba, acaecieron saqueos e incendios, desapareciendo todo lo que quedaba de cultura histórica acumulada en la biblioteca del califa al-Hakam II.

Sin embargo, muchos manuscritos se salvaron en manos de bibliófilos y la mayoría fue a parar a los cabecillas de los reinos de taifas, porque al-Manṣūr quiso atender al clero preocupado por la posible heterodoxia de algunos de los libros y finalmente, lo que se salvó de la hoguera, fue dispersado a la caída del califato.

Así, tras la crisis del califato de Córdoba en 1009, los eruditos residentes en Córdoba se dispersaron por los distintos reinos de taifas, llegando a Toledo una parte de la biblioteca de al-Hakam II y, tras la conquista cristiana de Toledo, todo el saber acumulado en esa parte de la biblioteca que se salvó del fuego, atrajo a toda una serie de eruditos del Occidente cristiano, que deseaban asimilar la ciencia y la filosofía griega y árabe, surgiendo posteriormente la Escuela de Traductores de Toledo, fundada por Alfonso X, el Sabio.

Alfonso X, el Sabio, dictando las Partidas, en este
manuscrito de El Escorial.
Durante los siglos XII y XIII acudieron a Toledo diversos eruditos de Europa, como Miguel Escoto, Gerardo de Cremona, Alfredo y Daniel de Morlay, Roberto de Retines y Adelardo de Bath, a quienes sirvió de intérprete Andrés el judío; italiano fue Gerardo de Cremona, y alemanes Hermann el Dálmata y Herman el Alemán, para traducir numerosas obras que fueron determinantes en el conocimiento y desarrollo de la ciencia de Occidente.

El Canon de la Medicina, de Avicena
 Así, el judío Abraham Inb Dawd, Abendauth, trasladó los textos árabes al romance, colaborando con Domingo Gundisalvo en la traducción del Canon de la Medicina de Avicena, que después un latinista los vertiría al latín.

Quedarían traducidas, entre otras, en matemáticas el Álgebra de al-Juarismi, en astronomía el Almagesto de Ptolomeo, en medicina el Canon de la Medicina de Avicena y varias obras de al-Razi y en filosofía la Lógica y la Metafísica de Aristóteles.

LIBRO RECOMENDADO:
 Autora: Magdalena Lasala
Editorial ABC - Folio
Año de edición: 2006
ISBN: 84-413-2161-2

Bruno Alcaraz Masáts